viernes, 31 de enero de 2014

Masacre al albor


Vagabundo adormecido
Sobre las calles sin sol
Asfalto lánguido y frío
Sangre turbia, la razón

Transporte maldito el infierno
Música mueve al reloj
Al alba sonaba ella
Del alba era la canción

¡Oh masacre!
¡Oh ciudadanos perdidos!
Disparen la garra atroz

Maldice y grita y respira
Dale muerte al conductor
El vagabundo del sueño
Sobre las calles sin sol

Manos que aún respiran


Caminé sendero abajo y me alejé de casa antes de que despuntara el alba. Llevaba unas botas de cuero gastado pero todavía resistente, unos pantalones vaquero y la camisa de franela a cuadros ya comenzaba a hacerme sudar cuando ni siquiera habían transcurrido dos horas. Me fastidié y pensé en quitármela pero me di cuenta que no tenía más espacio dentro del bolso explotado de comida enlatada y utensilios de cocina. El día estaba agradable y una suave brisa corría por el aire mientras el sol rajaba calentándome la melena. Eran alrededor de las doce y treinta cuando decidí frenar en un restaurante sobre la desierta carretera para coger algo de comer. Me acerqué a la puerta destartalada y observé un papel incrustado con dos clavos que anunciaba el menú del día; “Hoy: cazuela de mondongo”, se podía leer. Pensé en el poco dinero que traía y se me ocurrió hacerle una propuesta al dueño del lugar a cambio de un plato de comida. Una luz mortecina se advertía dentro de la sala y el silencio reinaba en el lugar. Detrás del mostrador se encontraba una mujer con aspecto gitano, algo gorda, que llevaba un pañuelo veteado amarrado a la cabeza. La ropa era demasiado holgada pero, sin embargo, dejaba ver su robusta figura. Tenía las manos y el cuello tapados de bijouterie y unos aretes monstruosos colgaban de sus orejas. Era bonita. Los ojos azules penetraron en mí como el silencio y noté que tenía la piel curtida por el sol. Sin duda había sido una mujer trabajadora, o aún lo era, nada era certero por ese entonces. Sus manos gordas y un poco sucias limpiaban las copas con un trapo amarillo cuando entré en el local. Enseguida levantó la vista para ver quién se asomaba.

–Buenas tardes muchacho –dijo con voz grave –. ¿Hay algo con lo que te pueda ayudar?
Me pareció sumamente amable. Algo en ella hizo que apareciera en mi mente un recuerdo de mi madre y yo lanzándonos por la pradera hechos bolita, riendo como locos.
–Sí. Disculpe la molestia pero me gustaría proponerle algo –y miré hacia abajo algo colorado porque sentí vergüenza –. Verás, salí esta madrugada de casa y no he comido aún. No traigo mucho dinero; todavía me queda un largo camino y no estoy seguro si será suficiente ¿Crees que podrías darme un plato de cazuela? Lo compensaré con algún quehacer.

Mencionó que ya volvía y desapareció por una puerta vaivén que se encontraba en una esquina. Luego de 5 minutos regresó rengueando, se apoyó en el mostrador y me miró fijamente.

–Lo he discutido con mi hermano ¿Sabes? Traigo buenas noticias para ti. Ha aceptado tu propuesta y está de acuerdo conmigo pero, necesitamos que te quedes aquí una semana –hizo una pausa –. Se ha roto la cerca que rodea la casa y hay que repararla. Nos vendría bien una mano chico, te daremos comida y una habitación a cambio de que hagas el trabajo.
–De acuerdo. Está bien por mí, realmente le agradezco –y me alejé para sentarme en una de las mesas.
Tres rancheros se encontraban en la mesa de al lado, podía oír claramente la conversación. Mencionaban algo de una chica con la que se acostaban, era la hija del capataz o algo por el estilo; no pude entender bien de que trataba todo aquel palique pero sí me causó gracia.
– ¡Esa chica sí que va para adelante viejo! Es una preciosura  –. Decía el más joven de los tres mientras jugaba con su bigote.
–17 años y parece una mujer. Anoche la pasé a buscar ¿Sabes? Me la follé en el corral y estuvimos horas allí ¡Está rica la ramera! –Dijo el otro mientras reía a carcajadas y tomaba un sorbo de cerveza –espero que mi mujer no se entere ¿Te imaginas la zurra que me daría? –y continuó riendo como un demente.

El más viejo de los tres que llevaba el pelo blanco recogido en una media cola se levantó para ir al lavabo. Regresó subiéndose la cremallera con una sonrisa de lado a lado y antes de sentarse dijo en tono de broma: “Ernestita está en el aseo esperando por otro, la segunda puerta contando desde la entrada ¡Qué puta la chiquilla! Hoy está insaciable”. Y siguieron hablando de Ernestita y sus encuentros hasta que me levanté de la mesa y dejé de oírlos.
Me encontraba leyendo bajo un árbol cuando vi que empezaba a oscurecer. Decidí entrar a ver si la mujer necesitaba algo de ayuda. Dijo que estaba cerrando y que comience a lavar los platos mientras ella recogía los manteles y echaba a los tres rancheros ya borrachos para que regresen a sus casas. Enseguida que terminamos la labor dejamos el local por una puerta que estaba en la cocina, salimos a un patio bastante amplio con un aljibe en el medio y piso de piedra y un naranjo lleno de hojas verdes y frutas. Las paredes deterioradas pintadas de rosa palo se descascaraban en las esquinas, una franja de humedad se advertía en las ranuras. Cruzamos un portón de madera verde, doblamos a la derecha y pude ver mi habitación. Era un pequeño cuarto encerrado por cuatro paredes grises. Osiris –así era su nombre– ordenó que dejara mis pertenencias, mencionó que en hora y media estaría pronta la cena, que me esperaban en el comedor. La cama tenía un colchón de lana forrado en tela y era bastante dura. Estaba perfectamente tendida y las sábanas olían a jazmín, me sentí realmente contento. Luego de cenar el hermano me avisó que mañana cinco treinta iría a despertarme y que allí me explicaría cómo reparar la cerca. Asentí con la cabeza, di las buenas noches y regresé a mi habitación.

Fue una mañana agradable; luego de desayunar rodeamos la casa. Allí me indicó dónde y cómo debía reparar la cerca. Estuve hasta el mediodía rellenando hendiduras con cemento para luego poder pintar la madera de color blanco. Estaba bastante nublado; la humedad y el calor se mezclaban haciendo sentir en mí una sensación poco placentera y en un momento una avispa que volaba por los alrededores se apoyó en mi brazo y clavó su largo aguijón en mi piel. Enseguida lo quité, mojé mi brazo con agua helada del grifo y continué pintando la cerca. A pesar del pequeño percance, no hubo mayores inconvenientes. Almorzamos unos tallarines caseros con jugo de naranja y pan y tomamos helado y luego de tirarme un rato a descansar bajo la sombra retomé mi tarea. Mientras hacía el trabajo estuve un largo rato pensando en mis hermanos y mi madre, realmente me dieron ganas de abrazarlos y volverlos a ver, pero algo me lo impedía. El alcoholismo de mamá estaba cada vez peor, se había tornado excesivamente agresiva con el tiempo. De vez en cuanto tenía momentos lúcidos pero al día siguiente volvía a derrumbarse y se convertía en aquel monstruo esquizofrénico paranoico y el rostro blanquecino con ojeras y el cabello casi calvo se enredaba con el llanto y todo terminaba en caos. Era imposible seguir soportándolo, de verdad debía marcharme y así lo hice, quedando a la deriva. Cuando me di cuenta que estaba cayendo la tarde me levanté con el tarro de pintura y el cemento, dando un pequeño salto, y caminé hacia el galpón para dejar las cosas. Allí estaba Osiris con dos botellas de vino que traía del local para la cena. Supuse que hoy era un día especial pero no sabía por qué.

A eso de las 20.30 me acerqué al comedor, la mesa ya estaba servida. Las patatas horneadas estaban deliciosas y la carne sumamente crujiente. Bebimos vino, comimos aceitunas, quesos, y nos emborrachamos en el comedor. Cuando Juan el hermano se fue a dormir nos dirigimos al living, ambos estábamos deseosos de continuar dialogando. Afuera llovía a cantaros y no paramos de reír a carcajadas; parecíamos dos dementes aullándole a la luna. De repente Osiris sacó un papel amarillento y rotoso del bolsillo, me mandó a callar y comenzó a leer un poema de Neruda:

“Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes 
a tus ojos oceánicos. 

Allí se estira y arde en la más alta hoguera 
mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago. 

Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes 
que olean como el mar a la orilla de un faro. 

Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía, 
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto. 

Inclinado en las tardes echo mis tristes redes 
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos. 

Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas 
que centellean como mi alma cuando te amo. 

Galopa la noche en su yegua sombría 
desparramando espigas azules sobre el campo.”

Su voz se volvió dulce de un momento para otro, mis ojos no podían dejar de mirarla, sentí que conectábamos. En seguida dijo que quería contarme algo y que la escuchase sin decir una palabra. Asentí con la cabeza; ella se acomodó en la mecedora de mimbre con las piernas cruzadas, un cigarrillo en la mano, la copa de vino en la otra y comenzó a hablar.
Hoy hace sesenta y tres años de la primera vez que nos vimos ¿Sabes? Fue aquella tarde en la feria del pueblo. Por aquel entonces yo tenía diecisiete y estaba en plena flor de juventud. Recuerdo que en esa fecha mi madre comenzaba a ponerse insoportable en cuanto a la vestimenta y organizaba nuestra vida como si fuésemos objetos. Todas debíamos portarnos como señoritas con el fin de conseguir pretendiente, yo no estaba de acuerdo con ninguna de esas estúpidas reglas, las detestaba. Cada vez que se acercaba la temporada me sumía en una profunda tristeza. ¿Entiendes? Era un día caluroso y el sol calentaba el campo haciendo transpirar a todo el que anduviera por allí. Pasamos toda la mañana aprontándonos para el festival de la tarde; nos ponían un vestido, nos lo quitaban y luego venía otro y luego otro. Mamá se sentaba en un sofá que se encontraba en mi habitación mientras las mucamas nos vestían. Ella opinaba sobre todo pero jamás permitía que escogiésemos qué llevar. La más grande de mis hermanas estaba encantada con toda aquella ceremonia, era una rata superficial. A las otras cuatro les daba lo mismo, pero a mí me causaba náuseas. La pequeña marimacho me apodaban, sin embargo, era la más bonita de todas ¿Te imaginas eso querido? No era nada de lo que ves aquí. Llevaba el cabello por los hombros; era realmente lacio y sedoso. Claro está que no tenía arrugas y era mucho más delgada. No quiero ser presumida, pero debo decir que tenía una hermosa silueta. El vestido seleccionado me sentaba de maravilla, pues el color azul cielo hacía juego con mis ojos. El sol de pleno verano había tostado mi tez y me había llenado de pecas ¡Era toda una belleza! De todas maneras, partí enfadada hacia la feria. Una multitud de chicos perfectamente arreglados se encontraban merodeando por allí y con ademanes de cortesía se acercaban a las muchachas para entablar alguna conversación banal. Todo eso me tenía harta ¿Sabes? Entonces me alejé de allí corriendo encolerizada hacia un bosque que se encontraba a unos metros del espectáculo. Me recosté contra un árbol y comencé a maldecir, a mis padres y al resto de la humanidad. En un momento sentí un ruido que provenía de allí cerca y giré la cabeza para ver a qué venía todo aquel alboroto. Lo primero que vi fue un hombre muy delgado de color cantando una melodía mientras orinaba hacia todas partes sosteniendo una botella de whisky con la mano derecha; parecía bastante ebrio. Me levanté de un salto y silenciosamente comencé a caminar de regreso. En ese momento el joven se acercó, me tomó del brazo y con una mirada sumamente profunda observó mi rostro, quedó perplejo durante un par de segundos.

–Disculpe señorita pero, ¿es que usted estaba viéndome orinar?
–No, claro que no. Yo, yo –y empecé a tartamudear– es que… es que yo estaba aquí sentada y de repente te oí ¿Entiendes? Y me di vuelta para ver qué era y estaba usted allí haciendo todo ese ruido.
–No te preocupes, de veras –rió en voz alta. Enseguida me di cuenta que aquel era un buen hombre  –todo está bien. Bueno ya, ¿quieres ir a beber whisky con los míos? Será divertido ¿No lo crees? Este festival es una porquería y por lo que veo no la estás pasando muy bien.

Enseguida estuve de acuerdo, nos alejamos de allí. Caminamos un par de cuadras por detrás del bosque y nos topamos con una casucha bastante deteriorada. El porche estaba colmado de gente de color que bailaba y tocaba música y bebía whisky y comía pan. Los niños pequeños correteaban por el predio mientras los adultos se entretenían con todo aquel festín. Pude ver que Julio conocía a estas personas; tomándome de la mano hizo una reverencia y todos los demás aplaudieron e inmediatamente me ofrecieron de beber ¡Al diablo con todo! pensé, y me empine un vaso de whisky puro de un solo borbotón. Las horas pasaron muy rápido; cuando me di cuenta todos los demás se habían ido y quedábamos sólo Julio y yo bastante ebrios sentados en una hamaca de hierro sin poder parar de hablar. Julio se levantó dando tumbos y entró por la puerta de chapa. Al rato regresó con un poco más de whisky, una guitarra en la mano y un montón de papeles escritos con tinta negra. Me llamó la atención todo aquel papeleo, le pregunte de qué trataba. Dijo que eran canciones compuestas por él y que se pondría a tocar algunas en ese mismo momento porque habían sido hechas para mí. Jamás nos habíamos visto antes, pero él sabía que habían sido escritas para alguien y en el momento en que me vio viéndole orinar en el bosque supo que esa persona era yo. Julio tenía la voz hermosa y la forma en que sus manos se deslizaban por la guitarra hacían que no pudieras dejar de observarlas ni un segundo. Ya me estaba enamorando pequeño, ya lo sentía en la piel. Al cabo de un par de horas dije que debía irme, me acompañó a casa y quedamos en vernos al día siguiente. Iríamos a bañarnos a la laguna del pueblo con toda su gente ¡Eran tan agradables! Creí haber encontrado mi lugar esa noche. Aún puedo sentir que estoy allí.

Durante un par de meses continuamos viéndonos en el correr de la semana, hasta que mis padres comenzaron a notar que la cosa venía en serio. Eso no les gustó nada. No permitían que saliera de casa, me tenían prohibido verlo. Julio había logrado comunicarse conmigo a través de mi hermano mayor que estaba en casa por las vacaciones de verano; dijo algo de irnos lejos y no volver jamás. No creí que fuese en serio pero al día siguiente supe que estaba equivocada, que la idea de marcharnos estaba realmente en sus planes. No soportaba la sociedad ni a mi familia, aquella farsa elitista me tenía hastiada, por lo que acepté. A la noche siguiente, mientras todos dormían, me esperó al borde de la carretera y salimos a caballo sin rumbo alguno. Pasaron dos semanas antes de que nos asentásemos en un pequeño pueblo llamado Palomas. Julio consiguió trabajo de peón en una estancia de una pareja bastante agradable. A mí me pusieron de cocinera y ama de casa. Nos dieron una habitación que se encontraba a unos 100 metros del casco, sobre la carretera. Era algo pequeña pero estaba muy prolija. Tenía una gran cama de matrimonio en el medio con una mesilla de luz a cada lado. En el costado, al lado de la puerta de entrada, había una mesa de comedor pequeña con dos sillas de madera, sobre ella se encontraba una radio de color gris que funcionaba de maravilla. La otra puerta daba al baño. Tenía pisos cuadriculados y dentro había una gran tina con patas de un metal dorado bien lustradas. El retrete brillaba de limpio. Los días allí fueron espléndidos. Todas las mañanas solía levantarme muy temprano, caminaba al gallinero, juntaba los huevos y me dirigía a la cocina para hacerles el desayuno a los niños y al patrón. La mujer casi nunca estaba en casa debido a que trabajaba en la ciudad en una empresa de automóviles o algo así. Julio regresaba del campo a la hora del almuerzo, luego de la siesta partía nuevamente y volvía por la noche. Allí leíamos poesía, yo escribía, él tocaba música, hacíamos el amor y volvíamos a dormir. Nunca había estado tan contenta ¿Sabes? Era realmente feliz.

Al año siguiente entró a trabajar como mucama una mujer no tan joven, de unos treinta y cinco años de edad. Era mulata y muy bonita. Tenía la piel carbón y unos ojos grandes color café. Su rostro no era lo que más llamaba la atención, sino que su cuerpo. Tenía las piernas increíblemente largas, delgadas y los pechos grandes y firmes; los hombres del lugar babeaban por ella. Sin embargo, era pura apariencia, tenía el alma vacía. Lo único que hacía era busconearse delante de todos y pasear su perfecto trasero por ahí como una golfa. Desde un principio supe que intentaba acercarse a Julio, eso no me gustó. La tenía todo el tiempo en la mira, estaba demasiado celosa como para ocuparme de mis propios asuntos. Pasaron los meses y Julio y yo comenzamos a pelear cada vez con más frecuencia, comencé a sentirme distante. Ya no tocábamos la guitarra por la noche, dejé de escribir y casi no hacíamos el amor. Julio llegaba de recorrer el campo y me encontraba siempre dormida. Recuerdo una noche en que me levanté y no se encontraba a mi lado. Hacía mucho frío y salí en camisón sin importarme nada, tuve el presentimiento de que estaba con ella por lo que corrí de prisa hacia la habitación de aquella mujer. Me acerqué en puntillas de pie y un reflejo de luz salía por debajo de la puerta. Sentí ruidos y di la vuelta al cuartillo para asomarme a la ventana que daba al interior, allí estaban los dos desnudos bajo la luna. Tomé una piedra de tamaño colosal y la arrojé contra el vidrio haciéndolo pedazos. Ambos se precipitaron con el estruendo, quedaron paralizados. Allí estaba yo, tiritando de frío con el cabello despeinado, en pijamas, iluminada únicamente por un pequeño haz de luz. Los miré y salí corriendo despavorida. Automáticamente Julio salió detrás de mí diciendo que esperase, que por favor no me vaya, que se había equivocado. El llanto empapaba mi rostro y la respiración se me iba entrecortando. Abrí la puerta de nuestro cuarto y enfurecida comencé a empacar mis pertenencias para marcharme de allí. No tenía pensado esperar ni a que se hiciese de día. Julio se abrazaba a mis pies pidiendo perdón y sollozando. No escuché nada de lo que dijo, le golpeé la cabeza de una patada dejándolo casi inconsciente y de un portazo me alejé.

Pasé el día entero vagando por el pueblo con una libreta y una pluma, escribiendo poesía y llorando otro poco. Al caer la noche sentí como el viento gélido me calaba los huesos, sin pensarlo dos veces emprendí rumbo a casa. Caminé hora y media y al llegar a la portera vi una silueta en el árbol que se encontraba detrás de nuestra habitación. Creí que estaba alucinando por el cansancio y la angustia pero, al entrar y ver que Julio no se encontraba dentro supe que algo había sucedido. Me precipité a llegar al árbol; allí estaba él con la cara violácea  víctima de una congestión cefálica y el cuello sujetado a una soga amarilla que pendía de una rama. Un líquido salía despedido de su boca. Vestía la misma chaqueta y pantalones que llevaba puestos el día en que nos vimos por primera vez. Su cuerpo yacía colgado de manera que los pies quedaban a un nivel más arriba del suelo. Lancé un alarido desgarrador que despertó a todos para dar cuenta del asunto. En menos de tres minutos estaban rodeando el predio con los rostros pálidos y aterrorizados. El patrón junto con dos muchachos desataron el cuello de la soga y cargaron a Julio hacia una fosa que había sido cavada para uno de los perros que estaba a punto de morir. Pasé la noche entera a su lado lanzando juramentos y maldiciéndome por haberme ido sin escuchar lo que tenía para decir.

Recuerdo que estaba amaneciendo cuando hice la maleta, cargué las cosas de Julio y mías y me marché sin avisar. De pronto me vi caminando por la polvorienta carretera. A lo lejos se distinguía nuestra casita, que se desvanecía cada vez más con el paisaje. El árbol ya no se veía. Había desaparecido junto con Julio y mi vida. Estuve andando eso de dos horas hasta que pasó un camión de carga. El conductor dijo que subiera, que me alcanzaría al pueblo más cercano. Tenía las manos inflamadas de acarrear tanto peso y estaba exhausta, necesitaba descansar. El conductor era un tipo amable de unos cuarenta años. Raquítico y con una barba estilo vikingo que no le sentaba muy bien, pero amable de todas formas. Charlamos hasta pasadas las doce del mediodía y decidimos frenar a almorzar en un puesto al borde de paso en la carretera. Ambos pedimos un plato de espaguetis con salsa y pomelo de beber, nos sentamos en una mesa contra la ventana. Mientras contemplaba la desolada carretera vi la silueta de un hombre alto con el cabello bastante largo que se asomó por allí. Su rostro se me hizo excesivamente familiar. Me levanté de un salto sin explicar qué sucedía y salí de prisa por la puerta detrás de él ¡Juan! ¡Juan! Grité desesperada. De inmediato se dio vuelta con las cejas arqueadas para ver quién era. Era mi hermano. El destino nos había vuelto a poner en el camino aquella tarde en la carretera gélida por el frío del invierno. Me despedí del camionero dándole las gracias y me subí al automóvil destartalado de Juan, alejándome de aquel lugar. Esa noche no teníamos lugar dónde dormir y estuvimos merodeando sin saber qué hacer durante horas. Pues no contábamos con dinero suficiente para gastar en un motel, pero tampoco con abrigo suficiente como para tirarnos en el auto. Pensamos que lo más razonable sería seguir conduciendo, llegar a algún pueblo y conseguir algún albergue en donde pasar la noche, pero lo cierto es que nos la pasamos conduciendo sin llegar a ningún pueblo y sin encontrar ningún albergue. Cuando quisimos ver, el cielo se había vuelto azul y un sol resplandeciente se asomaba en el horizonte.

–Oye, estoy demasiado cansada como para seguir ¿Crees que podríamos tumbarnos un rato al sol? Necesito descansar –dije con un tono un poco rudo.
–Vamos, no te pongas así Os. Cuando lleguemos al lugar donde me está esperando ese hombre descansarás lo suficiente. Ya cálmate.
–Es que tú no entiendes que estoy demasiado cansada ¡Diablos! Tú también estás exhausto, te dormirás al volante y moriremos en un accidente fatal ¿Acaso no se te cruza por la cabeza la idea de que eso pueda llegar a suceder?

De mala gana cedió. Nos tiramos hora y media en el pasto a dormir una siesta para recuperar energías y seguimos camino quién sabe adónde en busca de ese hombre.
Estuvimos medio día más conduciendo a turnos hasta que llegamos al lugar donde se encontraba el hombre que había mencionado Juan. Era un campito solitario al lado de la carretera, una casa muy vieja se levantaba desde los cimientos. Aparcamos frente al portal y Juan golpeó la puerta mientras que yo di un par de aplausos con el fin de que nos oigan. De repente oímos un silbido, dimos vuelta la cabeza. En la entrada de un viejo galpón de chapa oxidada se encontraba un anciano de barba gris y escasa cabellera. Los ojos claros se distinguían desde lejos. Pude ver que tenía la piel excesivamente arrugada y pálida.

–Buenas tardes –dijo Juan. –Soy el chico que habló con usted por teléfono la semana pasada ¿Recuerda? El que viene a ayudarle a cosechar la huerta. Ella es mi hermana Osiris y será de buena ayuda. No estamos en busca de dinero. Solamente queremos un techo dónde dormir y creo que le haríamos compañía.
–Ya chico, lo comprendo. No es necesario tanto palabrerío. Vamos. Los guiaré a la habitación –y nos llevó a un cuarto de medidas colosales que se encontraba en la sala contigua a su lecho de sueño.

Era un viejo realmente genial ¿Sabes? ¡Nos llevábamos de maravilla! Estuvimos quince años trabajando para él a cambio de nada hasta que una noche de verano falleció de un ataque al corazón. Él nos lo dejo todo. En su testamento lo puso todo, todas sus posesiones serían para nosotros. Seguimos trabajando con la huerta durante un par de años más y finalmente con todo el dinero que teníamos ahorrado hicimos el restaurante que ves hoy aquí ¿Entiendes? ¡Ese viejo nos había bendecido chico! Bueno ya, creo que te estoy aburriendo con toda esta historia ¿No es cierto? Vamos, ven que quiero mostrarte algo.

Dije que no era cierto. De veras no estaba aburrido y deseaba seguir oyendo a Osiris contar la historia de su vida pero creo que eso era casi todo y no quedaba demasiado por decir, por lo que me levanté del asiento algo mareado por el vino y la seguí tambaleándome hacia los costados. Atravesamos el patio donde se encontraba el aljibe y entramos en una puerta de madera oscura que daba a su cuarto. Todo en aquel lugar se veía muy lúgubre. Encendió unas par de velas que había dentro de la habitación para mostrármelo todo. En la profundidad del armario se levantaba un santuario a Julio; había fotografías en blanco y negro de ellos dos, un montón de poemas escritos en hojas amarillentas, una alianza de matrimonio, una Gibson J-35, una chaqueta de gamuza color mostaza, un vestido blanco de encaje muy elegante y montones de estampillas con frases pegadas en los costados del armario. En ese momento no pude decir nada, simplemente me arrodillé ante aquella ofrenda y me limité a observarla sin abrir la boca. Osiris tampoco emitió sonido. Se arrodilló junto a mí y empezó a recitar una oración en un idioma desconocido por mí. Cuando finalizó dije que tenía sueño, que mejor iría a pegar el ojo, pues mañana a la mañana debía seguir con mi camino y me gustaría desayunar con ella antes de marchar.

Cuando me di cuenta estaba dormido sobre el piso de piedra en el jardín delantero de la casa, eran alrededor de las tres de la madrugada. Me levanté algo confundido y observé que la ventana del cuarto de Osiris estaba abierta de par en par. Allí estaba ella con el vestido blanco caminando por la habitación leyendo poesía con una copa de vino en la mano. Las velas flameaban y hacían que aquella escena pareciera estar relacionada con algún tipo de espiritismo oculto . Osiris caminaba de aquí para allá lentamente y repetía una y otra vez: “¡Ah, Julio! ¿Vamos a leer bajo la luna? Anda, ya no llueve mi amor ¿Vamos a pasear los pies descalzos? ¡Vamos a reír querido mío! Ven, vamos. Quiero que tus ojos vuelen y tu mente sueñe. Ven, recuéstate en mi pecho y miremos las estrellas.” Y se dejaba caer en el piso abrazando al aire. Al cabo de un par de minutos se levantaba bruscamente, comenzaba a revolver una caja que sacaba de debajo de la cama, sacaba una pluma y  un papel, escribía algo y la volvía a guardar. Estuvo haciendo eso durante poco menos de una hora. Luego me retiré en silencio y la dejé en paz. No era justo que estuviese escabullido en su propia madriguera metiéndome en asuntos que nada tenían que ver conmigo. Pero estaba bastante ebrio y me había ganado la curiosidad.

Al mediodía siguiente me desperté con un sacudón; allí estaba Juan mirándome fijamente, pasivo.

–Se ha suicidado ¿Sabes? Osiris se ha quitado la vida esta madrugada. La encontré desplomada en el piso de su habitación. Ha bebido cianuro. Se lo ha bebido todo. No sé de dónde lo ha sacado. Temía que esto algún día pasaría.
– ¿Cómo que se ha suicidado? –Dije gritando desaforado – ¿Que se ha matado? Esto no puede ser. De veras no me lo creo. Tiene que ser un mal sueño.
–Lo que acabas de escuchar es cierto. Se ha quitado la vida esta madrugada. Esta mañana al despertarme cargué su cuerpo inerte en el asiento de atrás y lo llevé hasta Palomas. La sepulté junto a Julio. Ella lo hubiese querido así. No quedan dudas sobre eso chico. Ella lo hubiese querido así, ella lo hubiese querido así –y miró para abajo mientras una lágrima caía por su mejilla.

Le pedí a Juan que me dejara solo. Arrimó la puerta suavemente y se retiró. No quería estar ni un segundo más en la casa. Sin Osiris todo se encontraba vacío. Era un mediodía gris y la lluvia golpeaba el techo de zinc de la habitación dejando en mí una sensación de honda tristeza. Los pájaros ya no cantaban y ninguna mariposa se advertía en el aire; incluso los perros callaban y los grillos también. Tomé el bolso y me dirigí al comedor para despedirme de Juan. Estaba ansioso de seguir con mi camino, mientras intentaba convencerme de que nada de lo que sucedió aquí fue real.

–Espera, tengo algo que decirte. Quiero que leas esto. No puedo dejarte ir sin que lo leas, chico. De veras es importante. No te sentirás tan mal. Ella se fue feliz ¿Sabes? Se fue feliz. Ella lo quiso así ¿Lo comprendes? Tienes que leerlo chico, tienes que leerlo –Y sacó de la mano un sobre blanco que contenía una carta escrita con letra cursiva y pluma negra.

Querido Juan y hermano mío:

Esta noche estoy contenta porque me voy. Ahora lo comprendo todo, de verdad que lo comprendo. Esta noche cuando el chico que arregla la cerca me dijo que se marcharía por la mañana lo comprendí todo. Era Julio, el chico era Julio, lo sé. Julio había tomado su cuerpo para decirme que tenía que ir con él, que me extrañaba ¿Sabes? Cuando lo llevé hasta el armario para mostrarle el santuario (nunca antes te lo había mostrado a ti y te pido perdón por eso) nos arrodillamos, recité en voz alta una oración y conectamos Juan, conectamos. Enseguida supe que era él. Julio me había venido a buscar ¡Cuánto me había de extrañar! ¡Pobre de Julio, Juan! Tengo que irme con él. No me queda mucho tiempo y es que el frasco de cianuro me espera sobre la mesa de luz. Me mira con ojos grandes, muy grandes ¿Lo comprendes? Ahora creo que Julio se ha apoderado del frasco y quiere que lo beba de una vez ¡No soporta más sin mí! ¡Pobre de Julio, Juan! Los ojos del frasco son negros, negros como la piel de Julio, como los ojos de Julio. Son negros los ojos del frasco. Sí. Muy oscuros como la noche. Creo es momento de dejar la pluma y a ti también. Me he pasado escribiendo la noche entera y no tengo ánimo de seguir haciéndolo ¡Ay Juan, hermano querido mío! ¡Es que me tengo que ir! Hubiera sido de mi agrado poder despedirme de ti y de ese joven tan agradable, pero es que Julio me apura. Me está esperando, hermano querido mío. Vamos, es hora de que me marche. No te pongas triste por mi partida, yo también te extrañaré. Pero es que Julio me espera ¿Sabes? Es que Julio me espera…


Tu hermana del alma,
Os.


No pude evitar que las lágrimas se desprendieran de mis ojos y sin vergüenza alguna me quebré en llanto delante de Juan. Caminé hacia él despacio, lo tomé de la mano, le di un abrazo estrujándolo con fuerza y me di media vuelta para partir. Debía largarme de allí. El sol se asomaba entre un mar de nubes negras y una sensación de soledad me recorrió el cuerpo entero. Carraspeé y comencé a cantar un viejo blues que decía así: “I pass a million people; I can't tell who I meet. I pass a million people; I can't tell who I meet. My eyes are full of tears, where can my baby be?” y continué caminando carretera abajo dejando atrás a Osiris para siempre.